12 noviembre 2013

Divagaciones: Qué tristes han de ser tus libros

¡Hola!

Hoy traigo algo diferente, es más una reflexión, había pensado en escribirla hace tiempo, pero nunca me hacía el tiempo, y pues, hoy es el día.

Hace algunos años me encontraba sentada en el pasto junto a una amiga, ella estaba estudiando y yo estaba leyendo, mi libro estaba casi totalmente cerrado, lo leía casi que por una rendija. Me daba terror que se le hiciese una marca en el lomo.

Mi amiga se me quedó observando y me dijo "¿No es incómodo leer de esa forma? Deberías abrirlo un poco más." Yo levanté la vista y le dije "Es que no quiero que se estropee." a lo que ella respondió "Oh, la persona que te lo prestó debe ser muy complicada si no te deja siquiera disfrutar completamente de él por tener que leerlo de ese modo." Yo la miré con extrañeza y le respondí "No me lo prestaron, es mío." Luego de esto se quedó pensando un poco, luego de unos instantes me dijo "Ahora que lo pienso casi todos tus libros pareciera que nadie los hubiese leído jamás, están como nuevos en una librería.... Wow, qué tristes han de ser tus libros." Y ahí fue mi turno de quedarme pensando sin decir una palabra. 

Por supuesto, luego de que me dijo eso y que yo me quedara pensando no volvimos a tocar el tema, cada cual volvió a su asunto y luego fuimos por un café. Pero esa frase se me quedó dando vuelta mucho días. Miraba mis libros y pensaba sobre ello, ¿por qué habrían de ser tristes? Están perfectos, casi en las mismas condiciones que cuando los compré. Y fue ahí cuando comencé a entender el sentido de esa frase. Mis pequeños estaban como nuevos, a simple vista como si nunca nadie los hubiese tocado, como si nadie hubiese acariciado su lomo, metido su nariz dentro para sentir ese aroma tan característico y relajante que dan las hojas, o siquiera pasado el dedo por sus impecables hojas. Orgullosos e impolutos. Era como si nunca los hubiesen leído, que es como no dejar vivir al libro, porque para eso existe, para ser leído. 

Creo que después de comprender lo solitarios que se veían mis libros me decidí a no reprimir el disfrute del tacto, de acariciar las páginas, de abrirlos por completo y ponerlos en la forma más cómoda posible cuando los leo. 
Está demás decir que ahora casi todos mis libros tienen la famosa marca del lomo por abrirlos mucho y que se hace con el peso de las páginas. Algunos tienen un par de letras corridas por las lágrimas que a veces a uno se le escapan; otros tienen manchitas de dedos, que es cuando le muestro el libro a mi sobrino o a algún otro niño pequeño. Ahora mis libros viven para ser lo que siempre debieron ser, libros vividos. 

Y es que lo importante no es lo perfecto que se vea por fuera, si no lo perfecta que es la historia por dentro.

Hugs!

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